99. Madres omnipotentes.

Todo sujeto tiene que dar respuesta a una pregunta que surge de la relación con su madre: «¿qué quiere mi mamá de mí?». En esa relación de amor del niño con la madre, ella es quien responde a las demandas iniciales del niño: lo alimenta, lo cambia, lo cuida, etc. Pero aquí la madre demuestra tener el poder de responder o no a las demandas del niño en función de su capricho: ella tendrá ganas o no de responder -de alimentar, cambiar o cuidar de su hijo-.

Esta posibilidad absoluta de responder que tiene la madre hace que para el niño la madre sea omnipotente, todopoderosa. Ella tiene el poder absoluto de la respuesta, de gratificar o de frustrar, y ella lo hace en función de su capricho. Se necesita entonces frenar semejante «potencia de capricho» que al mismo tiempo es necesaria, porque si la madre no responde a las demandas del niño, si, por ejemplo, no lo alimenta, este se muere.

Esta madre omnipotente que responde a la «ley del capricho» engendra en el niño una pregunta angustiosa: «¿Qué es lo que ella quiere?», «¿Qué es lo que a ella le satisface?». Y lo que sucede a continuación es que el niño se acomoda a lo que imagina que a ella la satisface. Por esta razón hay niños exageradamente dependientes de sus madres: porque sus madres desean depender de sus hijos; o hijos que fracasan, o «bobos», o indisciplinados, etc., ¡porque ellos responden al deseo inconsciente y caprichoso de la madre de tener un hijo así!. El niño esta completamente a merced de esa «potencia materna», poder que ella, a lo mejor, no sabe que posee. Es el poder de la madre en la medida en que también es ella la que transmite al niño las costumbres de la familia, la cultura, los valores, el lenguaje, una moral, etc.

Para que haya la posibilidad de que el niño acceda a una "independencia", para que psicológicamente se separe de la madre, es necesario que a ese «Deseo-de-la-Madre», tan caprichoso, se le ponga un límite, y es el padre -el padre como esa instancia que está más allá de la madre y el hijo; no tanto la persona del padre, sino ese que opera como límite al deseo de la madre- es el padre, decía, quien está llamado a ponerle freno a esa «potencia materna» de la que el niño está a merced. Es a esto a lo que se le llama comúnmente «destetarse», es decir, despegarse de las faldas de la mamá.

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